Proverbios: Páginas de arena
- Yehoshúa Villarreal
- 7 abr
- 2 Min. de lectura
Un viaje sagrado entre rocas milenarias, donde el Creador susurra historias jamás contadas a través de la tierra y el rocío.

“El Eterno con sabiduría fundamentó la tierra, estableció el cielo con comprensión. Con su conocimiento los abismos se hendieron, y los cielos gotearán rocío. Hijo mío, que no se desvíen tus ojos; guarda el saber y el buen propósito.” Proverbios (Mishlé) 3:19-21
Como cita de enamorados me llamaste a conocer los cimientos de tu creación, los asientos desnudos de las aguas que un día habitaron el rocoso paisaje que estaba frente a mis ojos, los cuales no pudieron resistir la grandeza, las maravillas de tus manos, dejando escapar lágrimas de gozo, sentado en el borde del Gran Cañón.
Aún podía escuchar el sonido ausente de tus muchas aguas que, como testigo silente y milenario presente, parecían contar lo que allí había acontecido.
En medio de mi adoración, para llamar tu atención, llegaste a nuestro encuentro y tu Divina Presencia me arropó con tu manto. Como un niño recién parido que teme perder el vagón del vientre que lo trajo como pasajero a esta tierra prometida, podía escuchar el cantar de los pájaros, los árboles y aún las piedras que te alababan, y el inquieto viento parecía aletear sus alas, como anunciando la llegada del Gran Creador. De repente, toda la naturaleza enmudeció y un silencio ensordecedor parecía decir: “Cielos Abiertos, porque el Señor está aquí”.
Y como el niño que espera al padre para que le lea un cuento antes de dormir, me narraste cómo mudaste las aguas y me describías las aristas milenarias, que como páginas de un libro sin abrir, cuentan la historia que aún no se había contado; la Guayana en Canaima, el Cañón de Colorado y Utah, son testigos silentes que evidencian lo que fue, lo que es, y serán las aguas de las aguas, para que caminemos sobre ellas...
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