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Parashá 35 Nasó

Nasó significa “levanta”, como una referencia al pasuk que dice: “Levanta la cabeza de los hijos de Guerson por sus casas paternas, según sus familias” (4:22)


“Levantar la cabeza” es una forma idiomática en hebreo para expresar nuestro concepto de “hacer un censo”, en otras palabras, “cuenta la gente” específicamente, las que conforman las familias de los levitas que tendrán la responsabilidad directa de atender los asuntos del Mishkán cuando es movido de lugar a lugar. Previamente todos los levitas, varones, fueron contados, a partir de los 30 años de censo es levantado.


El total de levitas contados fue de 8,580 entre las edades de 30‐50 años de edad. Esto representa un período de 20 años aproximadamente permitido por el Eterno para el servicio de los hijos de Leví.


La parashá nos cuenta también de la introducción del recurso de “sotá” cuando un marido celoso tenía sospechas de su esposa y entonces se procedía a verificar el tema siguiendo un ritual que según las fuentes judaicas, en realidad nunca tuvo lugar.


Se nos presenta además las instrucciones sobre el “nazir” quien, la mayoría de las veces por voto voluntario, se abstiene de todo lo que proviene de la vid, incluyendo no acercarse siquiera a los viñedos y lagares, el corte del cabello y todo tipo de contacto con cuerpos muertos.

Para concluir, la sección “Nasó” introduce la bendición sacerdotal con al cual Aharón deberá bendecir a los hijos de Israel y la ofrenda de consagración del altar de “los cabezas de cada tribu de Israel”.


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5:1­4 Pureza del Campamento


Debido al grado de santidad conferido a Israel, el campamento donde habitan los hijos del Pacto debe mantenerse puro. Nada contaminado o contaminante debe estar presente en dicho campamento. Por tanto, toda persona en estado de contaminación y capaz de contaminar a otros, debe ser colocado fuera del campamento.

En los días de la peregrinación por el desierto, el pueblo de Israel estaba circunscrito a tres campamentos:


Primer Campamento: El Campamento de la Shejinah, la Presencia Divina que moraba en la parte más íntima del Mishkán HaKadosh.


Segundo Campamento: El campamento de los levitas, alrededor del Mishkán HaKadosh.



Tercer Campamento: El campamento del resto de los israelitas.


En los días de Salomón, cuando el Templo fue construido, estos tres campamentos fueron identificados de la siguiente manera:


A) El Campamento de la Shejinah = El Templo mismo y sus sagrados recintos.

B) El Campamento de los Levitas = El Monte del Templo, donde se había levantado el Templo mismo.

C) El Campamento de Israel = La ciudad de Jerusalén.


5:5­10 – Derecho a la propiedad privada

La Toráh concede a todos los hombres el derecho a la propiedad privada. Cualquiera que atente contra ese sagrado derecho, eventualmente será confrontado por el Tribunal Celestial. Sea otra persona o un gobierno que expropie injustamente de sus bienes legítimos a una persona, viola la Toráh.


6:1­21 El Nazir

En sentido general, la espiritualidad de una persona puede ser elevada mediante el estudio y la obediencia a la Toráh. Cuando uno obedece los mandamientos del Eterno, se coloca en una posición de donde recibe Rúaj HaKodesh, la Presencia Divina que reposa en esa persona. Normalmente, el estudio de la Torah y su aplicación, toma tiempo.


Debido a esto, el crecimiento espiritual no es vertiginoso, sino gradual. No obstante, cuando una persona tiene un deseo vivo por la santidad, la Toráh permite que entre en una relación de crecimiento mediante la imposición voluntaria de ciertas restricciones que le ayudarán en ese proceso.


Hay que decir que la Torah no promueve este tipo de acción, pero lo deja abierto para todo el que “sea capaz de recibirlo, que lo reciba”. Este es el lenguaje de nuestro Santo Maestro.

Estas imposiciones voluntarias, válidas tanto para el hombre como para la mujer, recibe el nombre de nazir. Esto es solamente posible cuando el Templo está en pie, porque de otra manera no se podría completar ciertos sacrificios que eran requeridos al término del nazareato.


Una vez que la persona ha aceptado sobre sí misma voluntaria y concientemente el voto nazir, su alto nivel de santidad demanda un alto nivel de disciplina espiritual expresado en ciertas restricciones entre las cuales destacan:


A) No comer ni beber nada que provenga de la vida.

B) No corte del cabello por el tiempo del voto.

C) No contaminarse por muerto alguno.


El mínimo es 30 días y una vez cumplido, debe presentar ciertos sacrificios y regresar a su estado previo. Una vez concluido el tiempo del voto, solamente el Cohen Gadol determina, oficialmente, su fin. La mayoría de los votos personales en relación con el nazareato era a favor de alguna persona, familia o ciudad a fin de que algún mal decreto celestial fuera cambiado o al menos postergado.


Debido a la popularidad del juez “Samsón”, es casi imposible hablar del voto nazareo sin traerlo a la mente. En su caso, el voto le fue impuesto desde el Tribunal Celestial, no voluntariamente. Ello tenía la intención de cumplir una misión única en los turbulentos días previos a la monarquía.


Sansón sirve como ejemplo para nosotros. Fuerte por un lado, débil por otro. En ocasiones en el cielo, en ocasiones en la tierra. Muchas veces librando batallas de forma sobrenatural; otras, cayendo de rodillas ante una mujer extranjera. El indomable en las batallas, dominado por una filistea.


Al revelar el secreto de su fuerza, es decir, el voto nazareo, alejó de sí la Presencia Divina razón verdadera de su increíble fuerza física.


De esto aprendemos una gran lección: el cuidado que debemos tener cuando en nuestras vidas abrimos una puerta para que otros tengan acceso íntimo a las provisiones del pacto y causen que los violemos aun en contra de nuestros primarios deseos.


Cada vez que esto sucede, alejamos de nosotros la Presencia Divina que es la única manera de ser efectivos en el cumplimiento de la misión que nos ha sido encomendada.


Nunca debemos olvidar que Sansón fue la vasija, pero el Eterno, la fuerza oculta en la vasija, el poder escondido, la raíz espiritual que operaba por medio de la vasija.

Si esa vasija se rompe, daña o impurifica, no sirve entonces para el propósito para el cual fue diseñada.

Mientras Sansón tuvo la vasija protegida, se revelaba en él y por medio de él, una persona superior a él mostrada en la fuerza sobrenatural que operaba en y por medio de su cuerpo.


Aunque hoy día no se nos pide que cumplamos con la misión específica asignada a Samsón en sus días, el principio de la instrumentalidad para realizar la obra del Eterno sigue vigente en cada generación. Y la nuestra no es la excepción.


En otras palabras, cada uno de nosotros, incluyendo por supuesto nuestros cuerpos físicos, deben ser instrumentos apropiados para cumplir la misión que nos haya sido encomendada.

El cuerpo es el mishkán hakadosh donde busca habitar la Presencia Divina.

El cuerpo y el alma viven en una relación matrimonial que requiere constante atención para que el primero esté sujeto al segundo.


La parte más evidente de nosotros es la que se ve; pero la más crítica e importante es la que no se ve. Lo que permanece oculto a los ojos de los demás se hace evidente por nuestras palabras y acciones.


Así como el Eterno se revela a los hombres “por medio de las cosas hechas”, así también la manera cómo vivimos revela el hombre interior que llevamos por dentro.

Está escrito: “Por la palabra del Eterno fueron hechos los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos por el Aliento de Su boca”.


Aquí, “Davar HaShem” (palabra del Eterno) y “Aliento” son sinónimos. El uno no existe sin el otro. La “palabra del Eterno” es Su Espíritu. Su Espíritu es Su Palabra.


La Palabra es el contenedor audible del Espíritu que es invisible. Por tanto, la “palabra del Eterno” es una extensión de la voluntad del Eterno, una emanación de Su esencialidad.


“Dabar” puede significar también “asunto, pensamiento, idea, plan, propósito”. El proyecto del Eterno fue Su Creación. Ello pudo ser “concretado”, hecho “realidad” por medio del poder de Su Aliento.


Cuando “davar HaShem” se cumple, decimos que se ha vuelto “carne”, es decir, ha tomado forma, se ha transformado en “tabernáculo”, se ha hecho realidad.


Y este es el significado preciso de: “En el principio era Davar HaShem” (Yojanán 1:1). Ese propósito escondido en el seno del Padre desde antes de la creación de todas las cosas, se hizo realidad histórica en Yeshua.


Una vez que “Davar HaShem” sale de “Su boca” por así repetirlo, no puede regresar luego sin cumplir el propósito por la cual fue enviada, porque la Palabra del Eterno es como si fuese “Hashem mismo”, en tanto que lo expresa y lo representa.


Esa “palabra” que sale de la boca del Eterno, es como si fuese un YH‐ V‐H menor, porque expresa, en balbuceos humanos, algo de la plenitud absoluta y sin límites del Eterno.


Debido a la naturaleza espiritual de Davar HaShem, se requiere un instrumento apropiado por el cual Su intención se cumpla.


Ese instrumento debe ser compatible con el medio en el cual Davar HaShem ha de revelarse. En nuestro caso, viviendo en el nivel del fundamento mismo del Maljut HaShamayim (El Reino de los Cielos) la vasija tiene que estar en correspondencia con la naturaleza del mundo en el cual Davar HaShem ha de revelarse.


Nada más confortable y compatible que el cuerpo humano, pues el hombre fue creado a “imagen y semejanza de Eloha”.


Cuando esta “vasija” es hallada, porque ha reunido las condiciones de rigor, entonces Davar HaShem habita en ella y la vasija se transforma en la voz del Eterno, en profeta, vidente, un mediador que comunica fielmente la intención misma de Davar HaShem.


Cuando esto sucede, la vasija, esto es, el profeta, cuando habla, es como si HaShem mismo hablara, porque el instrumento es poseído y dirigido por la Presencia Divina.


De este modo, el profeta es el dedo de Elohim en su generación, Su voz, Su boca, Su revelación en el mundo físico para mostrar lo escondido en el mundo espiritual.


Si el “cuerpo del profeta”, esto es, la vasija se impurifica, entonces corre el peligro de romper las fuerzas cósmicas que se han revelado en las entidades corporales que delimitan en el mundo físico, la persona del vidente.


Y este es el riesgo mayor del profeta: dañar la vasija. Este fue el pecado de Sansón, quien abrió una brecha por la revelación inapropiada de su identidad espiritual, es decir, de su pertenencia, de su voto venido de Arriba que permitió a los filisteos romper la Alianza Sagrada.


Al perder la marca del pacto, la vasija quedó rota y la Presencia Divina se retiró y al hacerlo, el gigante fue reducido a un hombre común, sujeto a su propia fuerza, no a la fuerza divina.


Queda entendido entonces que Davar HaShem requiere de un instrumento, un cuerpo apropiado para revelarse en el mundo donde vivimos los humanos.

Si Davar HaShem “sale”, sin una vasija que la contenga y la exprese, se nos vuelve imperceptible racionalmente, es solamente como una “luz primordial”, distante e incompresible.


Partiendo de esa luz primordial se crean las vasijas que luego toman forma de hombre y por ello ha sido diseñado y formado a imagen y semejanza de Elohim, es decir, de la luz.


Y así como de la “luz primordial” parte el resto de la creación, así del hombre como vasija, o sea, el profeta, surge el resto de la revelación de lo invisible de Eloha.


Esta luz primordial es una alusión a Mashiaj hasta que llegara el cuerpo apropiado, la vasija idónea donde la luz pudiera encontrar su apropiado instrumento de expresión, como está escrito: “Me preparaste cuerpo”, el cual es el cuerpo de Yeshua.


Yeshua es por tanto, el contenedor supremo de la luz primordial que revela la voluntad soberana y definitiva del Eterno, tanto para Israel como para las naciones.


Visto así, nuestro santo Maestro constituye la revelación histórica del Davar HaShem, porque sin duda, aunque previamente el Eterno había hablado por muchos medios y formas a través de los profetas, desde su aparición en la tierra, nos ha hablado a través del Hijo, eso es Mashiaj, por quien hizo todas las cosas, visibles e invisibles.


Y esto tiene su antecedente histórico en el primer redentor, eso es Moshé Rabenu, pues cuando se presentó ante el faraón, no era en realidad Moshé, sino el Davar HaShem en sus labios por lo que Moshé fue transformado en forma de Elohim para el faraón, en tanto que expresaba plenamente la voluntad misma del Eterno.


Así también Yeshua, el segundo y final redentor, fue constituido en forma de Elohim para expresar en un lenguaje humano que podamos entender, la riqueza del Davar HaShem que inicia la edad del tiempo

del fin para introducirnos finalmente e la edad mesiánica y desde aquí, al mundo por venir.

La fuerza de Samsón radicó en que fue un vaso apropiado donde Davar HaShem pudo encontrar manifestación específica y misión específica.


De la misma manera cada uno de nosotros, a quienes ha alcanzado el fin de esta edad presente, debemos procurar tener listo nuestro vaso para que pueda ser receptáculo apropiado del Davar HaShem que brota del espíritu de Mashiaj que nos ha sido dado.


Este mundo y esta edad presente, no es un monasterio, sino un laboratorio donde por medio del espíritu de Mashiaj que viene envuelto en Davar HaShem podemos transformar lo mundano en santidad, la oscuridad en luz, la muerte en vida.


La Entrega de la Torah

Al estudiar “NASO”, ya ha pasado Shavuot. Shavuot es un tiempo cuando recordamos un “derrame espiritual” que puede repetirse en las nuevas condiciones del pueblo, según la vasija esté lista.

Lo que sucede con Shavuot sucede también con Pésaj y con cada uno de los moedim sagrados que hemos recibido del Eterno.


Piensa en esto: los días de Pésaj son los tiempos de nuestra libertad, y cada año, al llegar Jag Hapesaj, si estamos a tono con la Toráh, se “despierta” nuevamente la misma atmósfera que se percibía en los días de la salida de Egipto, la salida de la esclavitud hacia la libertad.


Y Jag HaShavuot es el tiempo de la entrega de nuestra Tora. De la misma forma que cada año en Jag Hapésaj sentimos que estamos saliendo de Egipto, también cada año, en Jag Hashavuot, se renueva la sensación de que estamos a punto de recibir la Tora.


Aunque cada moed tiene un denominador común, al mismo tiempo posee sus características únicas y específicas. Ese es el caso de Shavuot, que recién ha concluido al llegar el tiempo del estudio de esta parasháh.


Cuando nos dedicamos al estudio de la Toráh con temor y amor, el Hakadosh Baruj Hu nos entrega de nuevo la Toráh en ese mismo momento. ¿Cuál es la diferencia entonces entre estudiar Torah en los días anteriores y posteriores de Shavuot y en el día mismo de Shavuot?


La diferencia en Jag Hashavuot es que Hashem nos da la posibilidad de ser más partícipes de esa entrega.


Cuando una persona estudia Torá de la forma apropiada, la Divinidad está frente a ella. Hashem es nuestro Maestro, y para acercarse a nosotros, ha usado medios diversos, como son los sacerdotes, los profetas y los jueces.


Esto fue así hasta la llegada del último enviado, nuestro justo Mesías.


Ahora tenemos la oportunidad de estudiar Toráh bajo la dirección del espíritu de Mashiaj que vive en nosotros. Yeshua es nuestro Santo Maestro. Y si no fuera porque Hakadosh Baruj Hu nos ha enviado un Maestro así, no hubiéramos tenido el mérito de poder comprender Su Toráh, pues toda la Toráh no tiene otra intención que hablarnos de los días de Mashiaj y del Mashiaj de la eternidad.


Por otro lado, es preciso tener siempre presente que la Toráh no es como la sabiduría de otras culturas, que cualquiera que se lo proponga la puede entender. Nuestra sagrada Tora está por encima del entendimiento de cualquier persona, y solamente gracias al Maestro que le enseña la Tora a su pueblo Israel, tenemos la posibilidad de que esté a nuestro alcance.


¿Qué pasó realmente en Hechos 2? ¿A qué estaban dedicándose los estudiantes del Ríbi cuando un viento fuerte cayó sobre todos los que estaban allí reunidos?


Tenemos una tradición que documenta sobre algo que sucedió el día en que le hicieron el Brit Mila a Elisha ben Abuia. Allí estaban presentes rabi Eliezer y rabi Iehoshua, y, mientras llegaba el momento del Brit, estaban, desde luego, estudiando Toráh. Estaban estudiando Jumash (alguno de los cinco libros de la Tora), y de pronto pasaban a estudiar Neviim (los profetas), y de Neviim a Ketuvim, y el ambiente se alegraba y se percibía que en ese instante se estaba entregando la Tora como en el monte Sinaí, hasta que bajó un “fuego” del cielo que estuvo a punto de quemar toda la casa.

Abuia, el padre del bebé, sospechó que estos hombres tenían la intención de quemar su casa. Ellos le dijeron que de la misma forma que cuando se entregó la Tora, la entrega fue con fuego, con voces y truenos, cada vez que un Yehudi se sienta a estudiar la Tora de la forma que corresponde, la situación vuelve a repetirse, el ambiente, las voces, los truenos, y ese fuego santo puede bajar del cielo.


De esto aprendemos que en las Memorias de los Apóstoles (2:1ss) cuando un viento recio llenó el atrio donde estaban sentados, fue el resultado del estudio de la Toráh a que estaban sumidos los emisarios del Ríbi HaKadosh. Ellos no cesaban de hablar palabras de Toráh hasta que el viento recio bajó del cielo con los relámpagos y las antorchas de fuego del Sinaí cayeron de nuevo sobre todos ellos en forma de lenguas incandescentes llamando la atención de todos los judíos allí presentes.


De esto se deduce que toda persona que estudia Torah de la forma apropiada y bajo la dirección del espíritu de Mashiaj, con seriedad, en profundidad, sin pensar en ninguna otra cosa, puede provocar que vientos más recios aun y voces y truenos, y todo el ambiente de santidad que existió en el momento de la entrega de la Toráh, surjan de nuevo llenando las vasijas que están listas para recibir tamaña unción.


La Bendición Aharónica


En nuestra parashá Dos le ordena a Moshé que le enseñe a Aharón y sus hijos cómo bendecir al pueblo de Israel. Como sabemos, la última parte de esta "bendición triple" es: "Que Hashem eleve Su rostro hacia ti y te conceda (dentro de ti) la paz" (Bamidbar 6:26).


La bendición de los cohanim finaliza de esta manera para enseñarnos que entre todas las cosas importantes de la vida, la más importante es la paz. Aunque una persona sea multimillonaria, sin paz en su hogar, su riqueza casi no tendrá valor alguno, ya que su estado de ánimo no le permitirá disfrutar de lo que posee.


Pero no sólo la bendición de los cohanim concluye con un pedido de paz. Al final de toda la carrera mesiánica que marcó su vida, el Ríbi concluye con una bendición de paz. “Mi paz os dejo, mi paz os doy, no como el mundo la da, se las doy”. Y esto permanece en línea con el espíritu de la Toráh, como está escrito: "Hashem le dará fuerza a Su pueblo, Hashem bendecirá a Su pueblo con la paz"

(Salmos 29).


La fuerza del cielo está escondida en la paz, la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento y que guarda nuestros corazones hasta el regreso de nuestro Príncipe de Paz.


En su legado mesiánico, nos enseña el Maestro: “Bendecidos los que buscan la paz”, es decir, los pacificadores, como Aharón mismo buscaba siempre la paz entre todos. Uno debe pertenecer a los estudiantes del Ríbi que buscaba siempre la paz para todos, la paz de Dios y la paz con Dios.


Yeshua tenía sangre real y también sacerdotal aharónica aunque no por el lado de su padre, sino de su madre. Y ese espíritu de la paz que marcó el servicio de Aharón HaCohén, estuvo siempre en nuestro Santo maestro.


Tenemos una tradición que nos enseña que cuando Aharón escuchaba que dos personas se habían peleado, él iba de uno de ellos y le decía: "No te imaginas cuán mal se siente tu amigo; pues él entiende que no obró de manera correcta, pero no sabe cómo pedirte perdón!". Luego, buscaba al otro hebreo y le decía lo mismo.


De esta manera, Aharón lograba que en cada uno de ellos se despertara la intención de amigarse con el otro, y ocurría que cuando ellos se encontraban, se amigaban nuevamente.


Si somos discípulos del Ríbi, debemos entonces que esforzarnos para incrementar la paz dentro del pueblo, alejándose y alejando a los demás de toda discusión.


Siempre que los hijos de Israel estuvieron unidos, tuvieron la bendición de Dos. El mejor ejemplo de esto es el caso de la entrega de la Torá en el monte Sinaí. Dice la Torá: "y acampó allá Israel frente al monte" (Shemot 19:2).


El versículo no dice "acamparon", en plural, sino "acampó", en singular, para enseñarnos que todo el pueblo estaba unido "como una sola persona, con un solo corazón". Y al ver Dos a qué nivel de unidad llegó el pueblo, dijo: "Puesto que todo el pueblo está tan unido, este es el momento más adecuado para entregarles la Torá".


Aún más, en parashat Vaierá la Torá nos cuenta que cuando Sará supo que a los 90 años sería madre por primer vez, ella dijo: "¿cómo voy a concebir si mi marido es anciano?". Pero cuando Dos se le reveló a Abraham, Él le dijo: "¿Por qué motivo se rió Sará diciendo:


¿Acaso voy a concebir un hijo siendo tan anciana?". Encontramos aquí, que para que reine la paz entre Abraham y Sará, incluso Dos no le reveló a Abraham las verdaderas palabras de Sará!


Otro ejemplo que nos muestra la importancia de la paz en el hogar lo encontramos también en nuestra parashá, cuando la Torá nos dice que si una mujer casada estuvo a solas con otro hombre y no se sabe ciertamente si ella se impurificó para su marido o no, ella debía ser llevada al Templo de Ierushalaim.


Entonces, el Cohen Gadol traía un recipiente con agua y tomaba un pergamino en donde escribía el Nombre de Dos. Luego sumergía el pergamino en el agua y lo revolvía hasta que Su Sagrado Nombre se borraba del pergamino, y le daba de beber ese agua a la mujer.


Vemos aquí que a pesar de estar prohibido borrar el Nombre de Dios, en este caso para sacar a la luz la verdad, Dios realmente ordenó borrarlo, para que haya paz entre esa mujer y su marido, en caso de que ella no se haya impurificado.


Piensa en esto: el primer Bet Hamikdash se destruyó por tres graves pecados: la idolatría, el adulterio y el asesinato, sin embargo, fue reconstruido después de setenta años. No obstante, el segundo Bet Hamikdash que se destruyó por el pecado del odio sin causa entre los judíos, todavía no se ha sido reconstruido a pesar de que ya han pasado más de 1940 años desde su destrucción.


La respuesta lógica es que aun no hemos aprendido la lección.

El odio es una enfermedad que si no se la detiene apenas se descubre, sigue desarrollándose rápidamente, y después es muy difícil de curar. Por tanto, tenemos el siguiente mandamiento positivo: “Airaos pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo”.


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