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Parashá 13 Shemot

Cada libro del Jumash (Plural Jumashim) es una unidad propia por sí misma, pero proféticamente están interconectados entre sí formando una ejad de revelación única en su clase. Debido a esto, en el Sefer Toráh, no hay capítulos ni divisiones, sino que está todo unido formando una gran unidad. Sin embargo, para establecer la diferencia entre un libro y otro, se ha establecido que el Sofer, en relación con el Jumash, debe dejar cuatro líneas en blanco entre el fin de un libro y el comienzo del próximo. En cuanto a los Profetas, si están escritas en un rollo, tres líneas son dejadas en blanco y en cuanto al Tzofen HaMaljutí (Mazoret) de escribirse en un rollo, dos líneas deben ser dejadas en blanco.


Torah:


El título de nuestra parashá es “Shemot” en honor a la segunda palabra hebrea con la cual comienza el sefer. (Shim-Mem-Vav-Tav). Su traducción literal es “nombres” y la LXX lo tradujo como “Éxodo” para indicar su tema inicial, es decir, la “salida” de los hijos de Israel de Egipto, es decir, la primera redención con el primer redentor.


El libro consta de dos grandes divisiones naturales, una de carácter histórica y la otra legislativa toda vez que se van estableciendo los principios y fundamentos de la vida comunitaria del pueblo hebreo especialmente en la condición nómada en la que vivía a través de viajes y jornadas por todo el desierto en su ruta a la tierra prometida.


El libro contiene varios géneros literarios, como son la poesía (El Cántico de Moshé) surgida luego del gran milagro del cruce del Mar de Suf; visiones, como es el caso de la revelación de la zarza que ardía y no se consumía; legislativa, como son las diversas leyes y ordenanzas que son dadas para administrar asuntos civiles y religiosos que cuando ponemos todo en conjunto, hace del libro uno de los más importantes de los Jumashim. El libro contiene 1209 años proféticos a partir de sus versículos oficiales. En cuanto a la parashah, nos introduce los nombres de los doce hijos de Ya’akov avinu, incluyendo a Yosef, que ya “era” en Egipto.


Por supuesto, estos doce son representativos de toda la familia, porque Yaakov tuvo hijas y además, las esposas de sus hijos y sus nietos. En total 69 almas, pero también 70 y si cuentas más detenidamente aun, 75, asunto que ya ha sido explicado en otro lugar. Rashí nos recuerda que aunque los nombres de los hijos deIsrael ya habían sido contados (Breshit 46:8 ss) ahora, en sus muertes, se mencionan de nuevo para indicarnos “cuan precIoso es a los ojos del Eterno” cada alma de Israel. El salmista dirá siglos después: “Preciosa es a los ojos del Eterno, la muerte de sus santos”. Shemot representa el fin de una edad y el comienzo de otra. 


La edad de los patriarcas concluye con la muerte de Yaakov  Una expresión verbal que indica que no se asimiló interiormente, sino que se mantuvo fiel a las enseñanzas de su padre Ya’akov. y sus doce hijos. Mientras los doce patriarcas vivieron, los hijos de Israel, sus descendientes, se mantuvieron guardados, fortalecidos, unidos y protegidos por el ejemplo y la conducta digna de imitar de sus padres, pero al morir aquellos doce hijos, que eran las doce columnas de Israel en el exilio, la influencia de Egipto comenzó a permear la vida de los hebreos y el nivel espiritual de la colonia israelita en la galut inicia un proceso de regresión espiritual y las tinieblas de la contaminación y la asimilación, tomando ventaja de la situación, comienzan su lenta pero terrible influencia en la comunidad de los kadoshim. Aunque sus nombres hebreos fueron mantenidos juntamente con la lengua sagrada, aquí y allá comienzan a levantarse focos de asimilación y adopción de costumbres egipcias e incluso, al cabo de poco tiempo, la gran mayoría abandonó el trabajo inicial del campo y la ganadería y se dedicaron a los negocios y se mudaron a los barrios egipcios y socialmente comenzaron a integrarse completamente a la sociedad egipcia. Esto es evidente cuando vemos cómo el ángel destructor, tenía que ir ”pasando” y “saltando” de casa en casa, en la muerte de los primogénitos, indicando así que para entonces, la población hebrea, mayoritariamente, ya vivía en los barrios egipcios.


En la misma medida en que dicha asimilación va teniendo lugar, su espiritualidad disminuía y ello se reflejaba social y políticamente, pues contrario a la lógica, mientras más se asimilaban, peor les iba en el país. Una gran lección que debemos aprender los hijos de Israel en el exilio. Equivocados están los que piensan que cediendo a las presiones culturales y sociales de las naciones donde vivimos, mejor nos irá. Lo contrario es el caso. Esto se repetirá luego a lo largo y ancho de nuestra historia, hasta los días modernos, con los sucesos que tuvieron lugar en Alemania, por ejemplo, durante la época oscura cuando gobernaba el país el nacional socialismo. Y se sigue repitiendo en otras naciones como es evidente hoy día en nuestros países, desde España hasta Argentina, pasando por Cuba, Venezuela, Colombia etc., como ya sabemos.


Finalmente el desastre espiritual llevó a la bancarrota política y la esclavitud echó sus redes sobre nuestro pueblo.Es cierto, el aumento de la población se mantuvo, pero su espiritualidad y su luz, su fuerza interior y su gloria se eclipsaban por minutos y ello, sospechosamente y para nuestra reflexión, “coincidió” con un cambio de poder en el país que ignora a Yosef, sus méritos y beneficios; y de ciudadanos residentes, amados y respetados, de pronto se transforman en un  pueblo completamente esclavo y oprimido.


La fidelidad se hace presente, pues “mientras más los maltrataban más se multiplicaban”, causando ahora que medidas mucho más fuertes y terribles sean impuestas para evitar que los hebreos constituyan una amenaza política nacional. Y salió el terrible decreto antisemita: “Que todos los niños nacidos sean asesinados y que solamente las niñas se dejen con vida”.


En medio de esas circunstancias, nace Moshé quien milagrosamente vino a ser rescatado de las aguas por la hija del faraón y propuesta una nodriza hebrea, resultó ser la propia madre del bebé quien bajo la supervisión de la princesa egipcia, cría a su propio hijo. Una vez “destetado” el niño es llevado directamente al palacio de Egipto donde crece y es instruido en todo el conocimiento y sabiduría de los egipcios. Sin duda, Moshé estaba preparado lo suficiente para ser el próximo faraón, si las circunstancias políticas le ayudaban. Hecho mayor, con aproximadamente 40 años de edad, sale a visitar a sus hermanos hebreos esclavizados y por primera vez percibe de cerca sus tribulaciones y aflicciones. Cuando un mitzrí golpea a un hebreo, el alma judía de Moshé salio a flote y de una sola palabra lo echa por tierra completamente muerto. Para ocultar su acción, Moshé esconde el cadáver en la arena. Al día siguiente, vuelve a salir de nuevo para mirar cómo les iba a los hebreos cuando descubre dos de ellos riñendo entre sí y Moshé trata de apaciguarlos pero el ofensor le responde: ¿Quién te ha puesto de príncipe o de juez sobre nosotros? ¿Procuras también matarme como mataste al mitzrí?”.al verse descubierto, Moshé teme por su vida; en efecto el faraón se entera del asunto y esto crea las circunstancias suficientes para que Moshé entienda que sus días en el palacio están contados y sale de Egipto hacia Midián, a donde llega finalmente cansado del camino y se siente junto a un pozo. En ese momento, siete hijas del sacerdote del área vienen por agua y Moshé les ayuda, abriendo así el camino para que Yitró, el padre de las pastoras lo reciba en casa. Moshé se casa con una de las hijas de Yitró, Tziporá de la cual nace su primer hijo, Guerson, en memoria de un “ger” es decir, de un extranjero pues, fuera ahora de la comunidad hebrea, Moshé se vio a si mismo como “extranjero en tierra ajena”. Dedicado a la ganadería y ocupado en ello, Moshé tiene una revelación angelical que cambiará todo el curso de su vida. En efecto, es llamado y finalmente, luego de superar todas sus objeciones, Moshé es consagrado y comisionado para ser el primer redentor de Israel. Sus temores de rechazo por parte de su pueblo, son mitigados cuando el Eterno le concede tres señales proféticas que demostrarían, más allá de toda duda razonable, que efectivamente el Elohim de Israel le había visitado y comisionado para tan alta misión.


Resuelto a llevar adelante la obra encomendada, Moshé pide la bendición de su suegro y regresa a Egipto para demandar al faraón que deje ir los hijos de Israel. En el camino es confrontado por un ángel que demanda la circuncisión de su hijo Guerson o ser muerto, ante la debilidad evidente de Moshé por su lucha con el mal’aj, Tziporá, su esposa, toma un pedernal (cuchillo de piedra) y le hace el brit milá a su propio hijo, lanzando el prepucio a los pies de Moshé.


Cuando el mal’aj ve lo que ha ocurrido, suelta a Moshé. Mientras tanto, el Eterno se revela a Aharón, hermano de Moshé y le ordena encontrarse con él en las afueras de Egipto. Moshé narra a su hermano todo lo ocurrido el día de la zarza y ambos entran en Mitzraim, reúnen a los ancianos de Israel y presentan las evidencias de dicho llamado y misión. Presenciadas las evidencias, los líderes de Israel no tuvieron duda que el Eterno había visitado a nuestro pueblo y creyeron a Moshé y le aceptaron como su redentor. Una vez aceptado, Moshé y su hermano Aharón entran en la presencia del faraón y le entregan el mensaje de Eloha: “Deja ir a mi pueblo para que me santifique fiesta en el desierto”. Preguntado por la identidad de “Eloha”, Moshé y Aharón respondieron: “El Eloha de los hebreos se nos ha aparecido” y le suplican al faraón que los deje marchar de Egipto.


Siguiendo el plan ya anticipado por la Sabiduría Divina, Moshé recibe la respuesta negativa del faraón y la imposición de mayores tareas y tormentos contra los hijos

de Israel.


La visita de Moshé al faraón, lejos de aliviar la servidumbre del pueblo, la agravó y sin recibir materia prima, se les exigía la misma cantidad de unidades de producción de ladrillos para los complejos turísticos de la casa imperial. Esto causó que los hebreos echaran en cara a Moshé y Aharón su gestión liberadora pues lejos de resolver el asunto de la esclavitud, su acción la había incrementado. Ante el dolor de la dura servidumbre, Moshé se vuelve a Eloha y le suplica su intervención y el Eterno le responde: “Ahora verás lo que voy a hacer al faraón... “ dejando así el escenario preparado para la próxima narrativa de la primera

redención.

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