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Parasha 9 Vayeshev

Yaakov avinu se “asienta” o establece en Kenaán con sus hijos. Luego de haber vencido con sus diez herederos mayores a los siete reyes de la región de Siquem, incluyendo zonas bien lejanas y sin sufrir pérdida alguna, el temor de Yaakov/Yisrael cayó sobre toda la zona. Incluso el rey de Jebrón, llamado Yafia, coordinó una cumbre urgente con los otros reyes asentados en Kenaán, incluyendo al rey de Salém, que no tenía ni padre, ni madre, ni genealogía, enviándoles un mensaje para procurar un tratado de paz con Yaakov y su familia.


Se reunieron 21 reyes pero si se suman todos los asesores militares, consejeros y guardias personales, el número pudo muy bien superar varias centenas. En efecto, las memorias de nuestro pueblo afirman que fueron 288 hombres en total. Yaakov envió sus emisarios para escuchar la propuesta y luego de comprobar que el miedo de Yisrael había caído sobre ellos, hicieron las paces y todos los reyes de Kenaán pasaron a ser tributarios de nuestro padre, con tal que no iniciara guerra contra ellos.


En aquella gran batalla que causó la cumbre, sucedieron milagros tan grandes que se afirma que Moshé Rabenu decidió no escribirlos por lo largo que habría de ser el pergamino requerido; en su lugar, la pasó oralmente a los jueces, cosa que se ha preservado en las memorias de los sabios hasta este día.


Para entonces, Yaakov avinu contaba con 115 años de edad. Jebrón fue el área preferida para levantar sus tiendas. Su hijo favorito, Yosef, por el trato especial que recibía de su padre, causó la envidia de sus hermanos, especialmente cuando le fue regalado un traje nuevo de diversos colores, símbolo de la realeza.


Al ponérselo para recibir el Shabat o para ocasiones especiales, Yosef lucía un rey; pero tal insinuación produjo fuerte rechazo en el resto de sus hermanos. Para complicar más las cosas, Yosef tiene dos sueños que comparte con su familia y en ambos, contra todo pronóstico, él mismo se presenta como el más distinguido y ante quien el resto de su familia, incluyendo su padre y su madre (que había fallecido) deberán sujetarse y pues de su autoridad y dominio dependerían.


Estos sueños incrementan la envidia y el celo al punto que se convierte en un odio sin causa, siendo asunto de tiempo para que intentaran eliminarlo físicamente. Simón y Leví, hijos de Leáh, precisamente los que desarrollaron toda la estrategia militar contra la ciudad‐estado de Siquem, conciben un plan para asesinar a Yosef, más Reuvén, el hermano mayor, sugiere echarlo en un pozo ciego (sin agua) con la intención de salvarle la vida más tarde.


Mientras tanto, y ocupado Reuvén atendiendo su rebaño, una caravana de mercaderes midianitas que marchaban hacia Egipto pasa cerca del grupo y Yehudá aprovecha la ocasión para venderles su propio hermano como un esclavo, salvando antes el vestido de colores que llevaba, pues con él podrían justificar la venta ante su padre, reemplazándola por la mentira de una muerte accidental.


Para crear una escena creíble para Yaakov, tomaron un cabrito, lo degollaron y con su sangre mancharon las ropas de Yosef, su vestido especial de diversos colores, rompiendo aquí y allá el gran manto multicolor de tal forma que su padre creyese que en efecto, una fiera del campo lo habría devorado.


Para entonces, y mientras Yosef se pierde del escenario, Judá contrae nupcias con una mujer cananea, hija de un tal Shúa de cuya unión nacen tres hijos: Er, Onán y Shelá. El primogénito de Judá es dado en casamiento a una mujer llamada Tamar. Pero Er muere sin dejar hijos y se le pide a Onán que se case con la viuda, a fin de levantarle descendencia a su hermano. Pensando que la descendencia no seria suya, Onán vertía en tierra (onanismo) lo cual causó que fuese herido de muerte por el tribunal celestial.


Al conocer del hecho, era deber de Judá entregar a su hijo menor, Shelá, llegado el cumplimiento del tiempo requerido, a la doblemente viuda, Tamar. Pero sospechando que su tercer hijo también podría morir, atrasaba ex profesamente la unión pensando cómo hacer para que su hijo menor no corriese la misma suerte que sus dos hermanos.


Convencida que ella había sido escogida para levantar descendencia en la Casa de Judá, Tamar se hace pasar por una prostituta y apostándose en un recodo del camino, seduce al propio Judá, no sin antes pedirle como prenda algunos objetos personales a fin de recibir luego, la paga correspondiente en corderos.


Al conocerse la noticia de que Tamar está embarazada sin estar casada, Judá, que era el juez conocido en las puertas presenta un juicio contra ella y es condenada a muerte, pero antes del martirio, la mujer revela la identidad del padre de las criaturas, que resultó ser Judá ben Yaakov.


Ante la evidencia, Judá acepta su error y confiesa la verdad, aun cuando no tenía la menor idea de la identidad de la supuesta “prostituta” encontrada en la famosa encrucijada.


Finalmente Tamar da a luz dos hijos, Peretz y Zeraj. Del primero saldrá la familia de David de quien vendrá el Mashiaj de Israel.


Al concluir esta narrativa, la Toráh vuelve por Yosef a quien encontramos ahora en Egipto vendido a Potifar, un ministro de alto rango en el gobierno del faraón. Allí es transformado en el mayordomo de la casa de gobierno, y las dotes administrativas de Yosef lo perfilan como un gran candidato a puestos mayores.


Pero el camino se ve interrumpido por las bajas pasiones de la esposa de Potifar, quien, deseando sexualmente a Yosef, procura hacerlo caer en sus brazos. Yosef pudo resistirla por momentos, pero extendiéndose la tentación, llegó un punto donde temía no evitarla por más tiempo y salió corriendo, haciendo el ridículo según los hombres, pero en el apuro de la huída, la astuta mujer logró arrebatarle sus ropas, a fin de usarlo luego como evidencia. Yosef huyó, a pesar de los gritos, procurando no ofender el honor del Di‐os de su padre Yaakov, cuya imagen y recuerdos siempre guardada en su alma.


Nada es más peligroso que una mujer malvada que es despechada y ésta, sintiéndose rechazada y humillada, transforma en un segundo sus deseos pasionales en sed de venganza y acusa a Yosef de intento de violación y esto causa que Yosef perdiera su puesto y fuese enviado a la cárcel sin tener por cierto seguridad de salir de allí con vida. Ese fue el precio que tuvo que pagar por su honestidad y pureza, pero valió la pena. La historia lo reconoce con creces. En efecto, cuando el mundo es corrupto, el mejor lugar, muchas veces, de los hombres puros, es la cárcel o el exilio.

Pero en la cárcel, su conducta sin mancha ni arrugas, le provoca el reconocimiento del jefe de la guardia carcelaria quien le concede ciertas responsabilidades especiales. Mientras tanto, dos empleados del faraón, un copero y un panadero, acusados de traición contra sus oficios imperiales, son echados en la cárcel y allí Yosef les interpreta unos sueños (evidentemente el panadero inventó el suyo por razones personales) según los cuales, el primero sería restituido a su trabajo en tres días y el segundo ejecutado.


La parashá termina con la interpretación de ambos sueños que se cumplen al pie de la letra; luego de tres días, el panadero es ejecutado y el copero restituido a su puesto. Cuando lo preparan para presentarse de nuevo delante del faraón, Yosef pide al copero que interceda por él ante la corte suprema, toda vez que había sido echado en la cárcel injustamente. Sin embargo éste, contrario a los principios de la gratitud, al retornar a su antiguo puesto, se olvida de Yosef quien queda en la cárcel hasta que algo ocurra que lo libere. Esto concluye la lectura de la sagrada ley para este Shabat.


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1 Comment


Yasmira Altamirano
Yasmira Altamirano
Dec 06, 2023

Muchas gracias rabino que el padre eterno me lo bendiga grandemente que hermosa parsha' le mando un gran saludo de costa rica bendiciones Rabi

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